Este articulo no es sobre esperar pacientemente en tiempos difíciles, o ese fruto del Espíritu que nos permite aquietarnos y confiar. Este artículo es sobre esa sensación de ahogo, de desespero, de irritabilidad que nos producen las diversas situaciones o personas. Hace poco leí un artículo en una publicación cristiana que decía: si nos falta paciencia con la gente, entonces nos falta amor. Me pareció un duro juicio en su momento, pero decidí buscar qué me decía la Palabra sobre este pecado que nos roba la paz y en ocasiones nos hace ser rudas, ásperas o severas con las personas que amamos.
Últimamente he compartido con muchas madres de niños pequeños, y una expresión que han usado todas refiriéndose a las pataletas o mal comportamiento de sus hijos es: me desesperan. Pero eso no pasa solo con los niños, ya que en ocasiones nos irritan nuestros padres, compañeros de oficina, hermanos, esposos; en general, cualquier persona o situación podría desesperarnos, y ¿sabes por qué? Porque no se trata de algo que está mal en los demás, se trata de nosotras y nuestro propio pecado. Seguro habrá muchas áreas en las que los demás pueden crecer y mejorar, pero lo único de lo que tú puedes encargarte es de tus propios pecados.
El problema no radica en que nos sintamos desesperadas o cansadas, el problema es que nos irritemos, gritemos, usemos palabras de las que luego nos arrepentiremos y nos dejemos llevar por esa pecaminosa sensación de pérdida del dominio propio. Ya nos lo dice Efesios 4:26 en un tratado sobre las buenas relaciones humanas que son llenas del amor de Cristo: “airaos, pero no pequéis”.
Así que aquí hay 3 puntos sobre la paciencia, que es todo menos ciencia:
- Dios es paciente. Hay que tener un punto de referencia para establecer qué significa ser paciente. David nos habló de esta característica de Dios, pues nos enseña que “Compasivo y clemente es el SEÑOR, lento para la ira y grande en misericordia” (Salmo 103:8). Si Dios es paciente, conocerlo a él, estar cerca de él, buscarlo a él y pedirle a esa fuente inagotable de verdadero amor que nos dé paciencia, puede ser una buena manera de comenzar a crecer.
- La paciencia es un fruto del Espíritu. Gálatas 5: 22-23 nos dice que la paciencia es un regalo junto con el amor, la paz y otros más. Debemos reconocer que en nuestras propias fuerzas no podemos cambiar y que sí podemos pedir este fruto del Espíritu en oración. Este es un comienzo maravilloso, pues nos lleva humildemente a reconocer nuestro pecado e incapacidad de cambiar.
- El amor es paciente. 1ª. Corintios 13:4-5 nos dice que “el amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor”. Así que, sí es bastante cierto que si no somos pacientes, al parecer nos falta más amor, de ese amor que cubre multitud de pecados. Oremos para que podamos amar más y mejor a nuestros hijos, más y mejor a nuestros esposos, más y mejor a nuestros padres, hermanos, compañeros y que por esto nos reconozcan como nos invitó el propio Jesús (Juan 13:35). Y un extra: nunca serás tan paciente con alguien como Dios lo es contigo; así que, cuando creas que estás dando demasiado, que te estás esforzando más allá de tus límites, recuerda que Dios ha sido mucho más paciente y amoroso contigo.
Apasionada por compartir a Cristo.