Estoy atravesando el desafío de mudarme de país con toda mi familia y ciertamente es una oportunidad para poner sobre la mesa ese asunto de pérdidas y ganancias. Ahora vivimos en un país en el que somos minoría, habitantes de segunda clase sin los derechos de quienes son ciudadanos. Nos enfrentamos a un idioma totalmente ajeno y así mismo a una cultura que es desconocida, pues sabemos poco de cómo funciona el sistema escolar, el sistema de salud y otras cosas de la vida cotidiana, como por ejemplo, el tamaño que deben tener las palas para desenterrar nuestro auto en el invierno.
Dejé en mi país mi trabajo, mi seguridad financiera, mis amistades, mi iglesia donde llevaba una década congregándome, mi cercanía con toda la familia, mis contactos profesionales, algunos proyectos que se quedaron entre el tintero y también perdí cosas materiales como muebles, decoración y otros implementos de la casa que regalamos, vendimos o donamos.
Esta mañana trataba de explicarle a mi hijo de 6 años que no debía estar triste por no tener una navidad como las de los años anteriores acompañado de sus primos y primas, sino que más bien debería estar agradecido por lo que vivió en el pasado sumado a la emoción por el regalo de una nueva experiencia en un nuevo país. Le hablaba de la necesidad de poner su mirada en lo verdaderamente importante: celebrar a Cristo.
¡Si las madres pudiéramos hacer caso y aplicar lo que decimos a nuestros hijos! Esa lección que le enseñaba a mi hijo era para mí. Así que a partir de ese diálogo tuve que recordarme 3 verdades importantes de la Escritura:
Primera: La palabra nos dice que Jesús es el hijo de Dios y que todo, todo, todo es de él ”En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” Así que, ¿cómo puedo perder lo que no es mío? Toda bendición es un préstamo. Cada cosa que he tenido, que tengo o que tendré es el favor del Señor en mi vida. Así que solo le debo gratitud.
Segunda: Recordé la vida de Job, un padre que pierde a sus 10 hijos el mismo día. Para comenzar, mis pequeñas frustraciones no se comparan con lo que perdió aquel hombre, y para terminar, su corazón y respuesta también están muy lejos de un corazón que se queja o se lamenta, pues ante tal perdida Job respondió así:
“Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: ‘Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:20-21).
Ojalá ni por un instante olvidáramos que somos criaturas, que por una gracia inmerecida podemos acercarnos al Padre a través de su hijo. Dios dispone, él reina, quita y da, así que en mi corazón decido adorar y de nuevo dar gracias.
Tercera: Mis certezas deben estar en Dios y no en aquello que conozco o que me es familiar. El Salmo 23:1 dice: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”. No hay de qué preocuparme, pues aquí o allá el Señor es mi pastor, en él nada me falta y nada me faltará. ¿Cómo no dar gracias por estas promesas?
Hermana, si estás atravesando un tiempo de cambios o de pérdidas, te invito a poner tu mirada en el Señor, a reconocer que él es bueno y grande en misericordia, pues nos ha llenado de bendiciones sin merecerlas. Te invito a dar gracias por aquello que perdiste, por haberlo gozado y disfrutado el tiempo que el Señor te permitió tenerlo, pues él quita y él da. Y, por último, te animo para que pongas tu confianza en tu Padre celestial que es bueno y te asegura que nada te faltará.
Apasionada por compartir a Cristo.