Cada vez que termina un año, las empresas hacen un balance y un informe contable para analizar las ganancias o pérdidas que se obtuvieron, y, a partir de los resultados, se determinan los ajustes, cambios y planes para el año siguiente, todo con el fin de alcanzar un mayor rendimiento y crecimiento económico.
Lo mismo sucede con la mayoría de nosotras. Cada vez que se inicia un nuevo año, reflexionamos acerca de lo que hicimos el anterior y evaluamos si logramos alcanzar las metas que nos propusimos. No sé si a muchas de ustedes les pasa como a mí, que inicio cada año con muy buenas intenciones para mejorar áreas de mi vida y de mi carácter, pero al hacer anualmente mi balance, casi siempre quedo en saldo rojo. Muy seguramente, porque los sueños, las metas, los planes y las buenas intenciones en nuestras fuerzas y sin la ayuda de Jesús son muy difíciles de cumplir.
¿Cuáles son tus anhelos para este nuevo año? ¿Comer más saludable, bajar esos kilos de más, hacer ejercicio, administrar mejor el tiempo y el dinero, ahorrar, compartir con aquellos seres queridos que no visitamos o no llamamos nunca? Muchas deseamos leer toda la Biblia en un año, profundizar nuestra relación con Jesús pasando más tiempo en oración y disfrutando de su presencia; tenemos la intención de obedecerlo, servirle y compartirlo con aquellas personas que no lo conocen.
Cuando pienso en buenas intenciones y propósitos, no dejo de recordar a un personaje de la Biblia con el que me identifico plenamente porque estuvo lleno de propósitos, así como yo. Ese personaje es Pedro. Cuando Jesús lo llamó para que lo siguiera y fuera su discípulo, no dudó en responder e inmediatamente dejó sus redes y fue tras él (Mateo 4:18). Pedro quería hacer muchas cosas para obedecer, agradar y seguir a Jesús. Deseaba mostrar que confiaba plenamente en su Señor, pero en varias ocasiones sus buenas intenciones se vieron frustradas por su miedo, temor y falta de fe. En Mateo 26:35 vemos uno de los mejores deseos de Pedro: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”. (Mateo 28:35). La historia registra cómo fue frustrado ese anhelo de Pedro cuando unos versículos más adelante (Mateo 28.69-75) negó tres veces a Jesús y hasta se echó maldiciones y juró no conocerlo.
Todos estos buenos deseos, promesas y anhelos eran conocidos por Jesús, al igual que la imposibilidad de realizarlos en las fuerzas humanas. El evangelio de Lucas 22:31 nos deja un recurso de gracia que quiero recordártelo en este nuevo año. Jesús sabía que para Pedro vendrían tiempos en que esas buenas intenciones serían zarandeadas y la fe faltaría y el temor lo amedrantaría y, por esa razón, Jesús se adelantó para interceder por él ante el Padre. Él le dijo a Pedro: yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Alabo a Cristo porque él es nuestro Sumo Sacerdote que intercede por ti y por mí. Es por su intercesión ante el Padre en favor nuestro y por el poder de su Santo Espíritu que todo buen deseo de nuestro corazón y toda buena intención podrá ser una realidad para la gloria de su nombre.
Quiero animarte a esforzarte en este nuevo año, pero no en tu voluntad sino en la gracia de Cristo, el Sumo Sacerdote, quien intercede a tu favor. Ven hoy ante él, póstrate y entrégale tus anhelos más profundos de cercanía con él, de reverenciar su nombre y de leer su palabra cada día. Reconoce que no podrás en tus fuerzas hacer algo bueno este año, pero sí en su gracia y en su poder.