Vivimos en un mundo que pareciera ser insaciable porque cada vez nos demanda más. Más trabajo, más compras, más trámites, más pagos, más posesiones, más estudio, más dinero, más relaciones, más belleza, más ropa, más viajes, más compromisos, y por supuesto más tiempo. En medio de este caos de exigencias, ¿cómo defines las prioridades para tus días y para tu vida?
Te propongo unas herramientas que podrán ayudarte a la hora de establecer las prioridades:
- Conoce el propósito de Dios para tu vida
Es fundamental que conozcas tu propósito en esta tierra, y de no ser así, que busques del Señor la claridad en este aspecto. Alguien dijo: “Al que no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve.” La Biblia nos deja ver la vida de hombres y mujeres que tenían claro el propósito de Dios con ellos, y no se dejaron desviar: Jesús, Abraham, Pablo, María, y Ester, entre muchos más.
- Aprende a escoger entre lo bueno y lo mejor
Lo bueno puede aparecer en cualquier momento y desviarnos de nuestro objetivo. Lo mejor es aquello que apunta al cumplimiento del propósito divino, eso debe ser nuestra meta. “Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas.” Mateo 6.33
- Discierne entre lo urgente y lo importante
“Tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno.” Efesios 5:15-16
Lo urgente es ruidoso, inmediato, exigente, demandante. Lo importante es silencioso, paciente, no presiona, no exige, y por lo tanto con mucha facilidad lo postergamos y hasta lo ignoramos.
- Entiende el tiempo de la vida en el que te encuentras
Esto es definitivo, porque cada época tiene desafíos muy diferentes. La Palabra lo dice de esta manera: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo.” Eclesiastés 3:1
En Inglaterra hubo una mujer cuya vida nos dejó grandes lecciones. Su nombre era Susana. Ella se casó, y en 21 años tuvo 19 hijos. Debido a las condiciones económicas precarias, 9 de sus hijos murieron. Estuvo sola por largas temporadas cuando su esposo se iba de viaje y ella debía atender el hogar, la crianza y la educación de sus hijos, los jardines y el ordeño de las vacas. De los diez hijos que sobrevivieron, uno estaba en silla de ruedas, y otro no habló hasta después de sus 6 años. En una carta a su esposo, Susana le escribió que se sentía con una gran responsabilidad ante Dios por criar a sus hijos para Él (conocía el propósito de Dios). A pesar de sus múltiples ocupaciones, ella dedicó tiempo cada noche para orar con sus hijos por turno, y pasaba de 2 a 3 horas diarias en oración. Cuenta la historia que cuando en medio de sus muchos quehaceres, ella levantaba el delantal y se cubría el rostro, los niños sabían que era la señal de que estaba orando y no debían interrumpirla. Dos de sus hijos; John y Charles Wesley, evangelizaron a millones y transformaron a su nación mediante una revolución social y espiritual.
Jesús también nos dejó un gran ejemplo. Él, luego de un día de arduo trabajo en su ministerio, que incluyó atender a muchas personas en el día y al anochecer según lo describe Marcos 1, se levantó al día siguiente, siendo aún muy oscuro para buscar al Padre. Al final de su vida pudo decirle: “He acabado la obra que me diste que hiciese.” Juan 17:4. Lo importante no es cómo se comienza, sino cómo se termina, y tú puedes terminar bien si haces de la relación con Jesús y el propósito divino la prioridad de tu vida.