Cuando nada es suficiente, solo Dios basta

¿Alguna vez has comprado cosas que realmente no necesitas y a medida que compras te das cuenta de que nada es suficiente? ¿Alguna vez te has comparado con otras mujeres y te miras a ti misma insatisfecha sobre cómo luces? ¿Alguna vez has sentido ganas de comer, pero no sabes qué y parece que nada te llena? ¿Alguna vez has cumplido un sueño de un viaje, no importa el destino, y luego te das cuenta de que al final quieres otro, y otro más? ¿En algún momento has pensado que si tan solo tuvieras esto, o aquello, que si tan solo ganaras un poco más, entonces, estarías satisfecha pero no, no es así? ¿Alguna vez?

Pues hay un libro de la Biblia que nos invita a pensar en ese corazón insaciable. Un libro que pone sobre la mesa la corta duración de nuestra existencia. Un libro que nos invita a reflexionar sobre nuestro verdadero propósito y a mirar por encima del sol, como dice una canción. El libro al que hoy me refiero está más o menos en la mitad de tu Biblia y se llama Eclesiastés. Fue escrito por Salomón, un hombre muy sabio. La palabra de Dios nos cuenta que Dios lo bendijo con esta característica especial, y que este hijo de David reinó sobre Israel y a través de él el pueblo fue bendecido atesorando grandes riquezas (2 Crónicas 1).

Eclesiastés comienza con una famosa frase: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Y le sigue, “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta”. (Eclesiastés 1: 1-5)

Y así nos lleva por un camino de reflexiones en el que el autor va exponiendo uno a uno los caminos que a veces toma el corazón del hombre, el amor al conocimiento, el amor a la belleza, el amor a los placeres del mundo y en todos reconoce que no hay sentido.

“El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad. Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen. ¿Qué bien, pues, tendrá su dueño, sino verlos con sus ojos?” (Eclesiastés 5: 10-11)

Pero lejos de ser un libro que nos lleve a la idea depresiva de que en nada hay gozo, el autor empieza a revelarnos que dentro de cada cosa en este mundo existe un único propósito, una única cosa por la que todo cobra sentido y es aquello que era, que es y que será, que es eterno.

Amada hermana cuando te agobie ese sentimiento vacío y cuando sientas que no tienes suficiente amor, suficiente trabajo, suficiente tiempo, suficiente salud, suficiente dinero o suficiente belleza, acude con urgencia a buscar la presencia de Dios y sáciate de la única fuente inagotable de gozo, porque solo Dios basta.

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