Dios nos creó seres sociales. Es por eso por lo que de alguna manera siempre estamos buscando amigos y personas que nos acompañen en nuestro caminar por la vida. Quizá muchas de ustedes experimentaron como yo el hecho de que, al comprometernos con el Señor Jesucristo, muchos de nuestros amigos y amigas nos dejaron porque no “compartían nuestras nuevas creencias”, o “temían que les cambiáramos de religión”. Pero sorprendentemente a medida que fuimos creciendo en el conocimiento del Señor, él nos fue rodeando con nuevos amigos.
Sin embargo, con el paso de los años nos fuimos aferrando a estas nuevas personas por esa tendencia de asirnos de aquellos que son determinantes en nuestra vida, y probablemente muchos de ellos se alejaron, otros tal vez nos causaron dolor y lágrimas, y entonces volvimos a quedar solas. En mi caso, quienes me compartieron el evangelio salieron para su tierra de origen y me quedé muy sola y desanimada. En medio de esa soledad, el Señor Jesucristo fue mi consuelo con su palabra que me dijo: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá” (Salmo 27:10).
Más adelante, el chico con quien estaba iniciando una relación, aparentemente muy comprometido con el Señor, me traicionó saliendo con una de mis amigas. Esta fue una experiencia muy desalentadora pero que me llevó a vivenciar la fidelidad del Señor, quien otra vez me habló diciendo: “con amor eterno te he amado, por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
Fueron pasando los años y a medida que crecía espiritualmente tuve que seguir sufriendo el desprendimiento de mis “amigos”. La chica que inicialmente me discipuló, se fue de la comunidad en que estábamos, y la que fue mi amiga y consejera y mi paño de lágrimas, se casó y ya no tenía tiempo para mí. Otro amigo y compañero de milicia se ganó una beca para estudiar en Rusia y también lo tuve que despedir. Todo esto fue muy doloroso y me afectó. Una vez más me refugié en el Señor, quien me llenó de ánimo con su Palabra diciéndome: “No temas, porque yo estoy contigo, no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo, siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
El Señor me mostró que siempre estaría conmigo y me rodearía de personas que me sirvieran (Isaías 55:5). Pero, pocos años después, uno de mis mejores amigos, líder cristiano y un gran referente para mi vida, murió en un accidente de tránsito. Mi corazón se dolió profundamente y en medio de la tristeza, las muchas preguntas e inquietudes, el Señor me enseñó una gran lección para mi vida: si bien yo podía amar y compartir con las personas que colocaba a mi alrededor, debía aferrarme y depender solo de él, del Señor Jesucristo, pues él es quien verdaderamente me ama con un amor eterno e incondicional, estará conmigo para siempre (Mateo 28:20) y es mi mejor y más grata compañía por siempre porque no se va, nunca morirá, no se casará y sobre todo nunca dejará de amarme. (Romanos 8:37-39).
Amiga, si estás viviendo esos tiempos de soledad, te animo a confiar y depender solo de Jesús.