Son muchas las situaciones de la vida donde sentimos que estamos luchando contra grandes tormentas y a pesar de intensas oraciones y muchas lágrimas, no vemos llegar la respuesta anhelada y es entonces cuando la angustia, el cansancio y la impotencia se apoderan de nosotros. En tiempos así, aunque imperceptible para nosotras, la promesa de Jesús es una realidad.
¿En qué maneras se hace Jesús presente en esas circunstancias? ¿Cómo actúa Dios cuando tenemos tanta urgencia de su ayuda?
Marcos 6:47-51 es un fiel registro del obrar de Dios en nuestras vidas cuando llegan las tormentas. Jesús se ha ido a un lugar solitario para orar y desde allí, en tierra, observa a los discípulos en medio de las aguas luchar en circunstancias nada fáciles: era de noche, y ellos tenían el cansancio de todo un día de servicio con Jesús. Sin embargo, aun en el tiempo en que debían dormir y descansar, ellos continuaban luchando para sobrevivir en medio de una terrible tormenta. Los expertos pescadores tenían los vientos en contra y remaban con gran dificultad y fatiga, además se encontraban mar adentro, justo el lugar de mayores riesgos y peligros donde los miedos y la impotencia se hicieron más evidentes.
Aparentemente Jesús no está entre ellos, está en tierra y desde allí los ve y conoce de primera mano lo que están viviendo. Jesús no ha perdido el control de la situación, pero curiosamente les permite vivir largas horas de lucha en medio de la noche oscura con una tormenta abrumadora y un mar embravecido. Es en la cuarta vigilia de la noche, a las 3 de la madrugada, cuando Jesús decide ir hasta donde ellos están. Al acercarse, hace como si fuera a pasar de largo. Los discípulos gritan horrorizados creyendo que se trata de un fantasma. ¡Qué sentido del humor el de Jesús! Es en ese momento cuando decide hablar: “Cálmense, soy yo, no tengan miedo.” Sube a la barca, el viento se calma, y los discípulos quedan maravillados.
Cuando pasamos por situaciones difíciles que parecen no resolverse, no debemos olvidar que Jesús nos está observando, que sí sabe lo que estamos pasando, que conoce bien nuestras tormentas y la fatiga que tenemos, pero, aun así, no nos saca de la tormenta al instante. Él espera que atravesemos la prueba, que aprendamos grandes lecciones, que crezcamos en fe y confianza en él, que maduremos, para luego venir a nuestro encuentro y a veces en formas tan inesperadas, que al igual que los discípulos, nos asustamos. Cuando al fin llega, camina poderoso sobre las aguas impetuosas, nos habla, sube a nuestra barca, y la tormenta se calma con su bendita presencia. Que Dios nos ayude, para recordar esta lección y no desesperarnos en la espera.
Termino recordando las palabras de esta canción: “Esperar en ti, difícil sé que es…. y esperaré en la tormenta, aunque tardare tu respuesta, yo confiaré en tu providencia, tú siempre tienes el control”.