En este artículo continuamos con nuestro tema del llamado de un Dios santo, y me asalta una pregunta: ¿Qué han tenido de extraordinarios los hombres que Dios ha llamado a lo largo de la historia?
Moisés, un niño hebreo condenado a morir desde su nacimiento, escondido durante tres meses, puesto en el río Nilo sin saber qué suerte correría, salvado de morir por mano de la hija de su verdugo, el faraón. Si seguimos la historia de Moisés en Éxodo 2 y 3, nos encontramos con un hombre violento que no domina sus emociones: su ira y deseos de justicia lo llevan a ser un criminal; al saberse descubierto en su crimen, entra en pánico y huye a esconderse en el desierto, donde vive amenazado, perseguido y desterrado. Pasa de ser un hombre de renombre en Egipto a ser un pastor de ovejas prestadas. ¿Te parece este un hombre extraordinario?
Sin embargo, en ese tiempo, Dios se le aparece a Moisés y le hace memoria de lo que vive su pueblo, al parecer ya olvidado por este hombre: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido su angustia”. La condición de los compatriotas de Moisés es desoladora, pero a pesar de ello, cuando Dios llama a este hombre para sacar de Egipto sus hermanos, Moisés responde cuestionando al Señor, poniendo de plano su incapacidad y haciéndolo enojar: “¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu nombre? Ellos no me creerán, ni oirán mi voz; nunca he sido hombre de fácil palabra; soy tardo en hablar y torpe de lengua.” ¿No les parece que Moisés se conocía muy bien? ¿Y qué podemos decir de Saulo, nacido en Tarso, producto de la civilización grecorromana y del judaísmo de sus padres, intelectual, egresado de las mejores escuelas, (Filipenses 3:5-6), y perseguidor de Cristo y su iglesia? (Hechos 7:58; 8:1-3).
Al estudiar a estos hombres es imposible no pensar en nuestra condición de vida y la condición de nuestro corazón ¿Acaso somos mejores que Moisés y Saulo? ¿Nuestras obras, carácter y pensamientos los superan? Quizás miramos a estos y a otros y decimos “yo sí soy buena persona, yo soy un mejor ser humano y por eso el señor me escogió”. Pablo rebate esta mentira cuando dice en Romanos 3:9-23: “¿Qué pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado…no hay justo ni aun uno. No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo bueno.” El apóstol nos ubica a todas en la tribuna de los pecadores y dice que el pecado nos ha separado de la santidad de Dios y de su presencia. Lo que nos hizo escogidas fue el carácter santo y misericordioso de un Dios que muestra su inmenso amor para nosotras en la muerte de su santo y perfecto hijo, Jesucristo ¡Que esta gran verdad te lleve hoy a humillarte y exaltar al Dios Santo que te escogió!