Un día al terminar una reunión de estudio bíblico, una participante me dijo: “Qué bueno que estuvo todo, qué paz y qué gozo siento, ¿por qué no podemos quedarnos más tiempo?, ¿por qué tengo que volver a casa donde todo es una guerra campal con gritos, problemas y un ambiente totalmente opuesto?”.
No sé querida amiga si esta escena te es familiar, pero a mí me puso a reflexionar qué fácil es para nosotras el perder la paz y el gozo que el Señor nos da. Podemos estar tranquilas, y aún muy contentas luego de venir de la iglesia, o de un logro en el trabajo, o de un tiempo grato de descanso y de pronto, un contratiempo en el hogar, una mala noticia, una pérdida o algo que nos desagrada, puede llevar a ofuscarnos, a preocuparnos y aun desesperarnos tanto que nuestro hogar llega a ser una guerra campal.
Nuestras reacciones pueden ser variadas: llanto, ira, gritos, búsqueda de culpables, entre otras. ¿Dónde quedó la paz que traíamos, lo que aprendimos en la iglesia, lo que logramos en el trabajo, el disfrute del descanso? Pero más aún, ¿dónde está nuestra relación con Dios?
En la Biblia, el apóstol Pablo, en medio de un conflicto entre dos hermanas de la iglesia, anima a los filipenses a mantenerse firmes en el Señor, pide a las hermanas en conflicto que tengan el mismo sentir en el Señor y pide a los líderes que les ayuden, pues sus nombres están en libro de la vida. Los anima también a regocijarse en el Señor siempre y que el reflejo de su vivencia como cristianos sea conocida por todos los hombres, porque el Señor está cerca (Fil 4:1-5).
Quizás esta ha sido nuestra realidad. La vida cristiana que tenemos en la iglesia no la hemos experimentado en nuestros hogares o lugares de trabajo porque damos más trascendencia a los problemas que al sentir de Cristo Jesús, y no hemos dado testimonio de nuestro compromiso con él, ni hemos aprendido a vivir aferrados al Señor ni a la expectativa de que Dios está cerca. Por ello, la paz y el regocijo del Señor se nos convierte en amargura y preocupación.
Por otro lado, Pablo nos anima a orar en lugar de afanarnos, elevando nuestras peticiones delante de Dios, en toda oración y ruego con acción de gracias, afirmando que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús (Fil 4:6-7).
¿No te parece esto formidable? En lugar de afanarte, desesperarte y gritar, puedes orar, acudir a aquel que sí puede ayudarte con tus problemas y recibir su paz que va más allá de lo que puedes entender y que a la vez transforma tu corazón.
Querida amiga, ¿Quieres experimentar esta paz? No te preocupes, ni te afanes, sino ora, dando gracias a Dios por lo que estás viviendo. Entrégale la carga al Señor y deja que él transforme tu corazón. Descansa, gózate en él y experimenta su cercanía. Decide vivir diariamente aferrada a Jesús y disfruta la verdadera paz.