De los recuerdos que tengo de mi niñez, y aun como mujer adulta con un hermoso matrimonio, dos hijos y un perro, debo admitir que me ha asistido una continua preocupación, al ver a otras mujeres sobresalir y destacarse por sus extraordinarios talentos: cocinan como chefs, organizan extraordinarios festejos, hablan más de dos idiomas, son brillantes artesanas y la lista no acaba allí. Les confieso que esta preocupación me ha llevado a esforzarme en aprender algunas cosas. Por ejemplo, me puse la meta de aprender a cocinar exquisitamente, y, la verdad, creo que aún no he hecho un plato extraordinario; luego intenté con las manualidades y no quedé satisfecha con los resultados. Tantos intentos fallidos en diferentes áreas me llevaron a una profunda frustración, porque quería ser como esas mujeres que observaba y anhelaba tener sus talentos.
Si en algún punto te identificas conmigo, quiero invitarte a que examinemos una de las parábolas que contó Jesús: la de los talentos en Mateo 25:14-19. En esta parábola vemos que un hombre al emprender un viaje llamó a sus siervos y les encomendó sus bienes. Le dio a uno cinco mil monedas de oro, a otro dos mil y a otro mil, a cada uno según su capacidad. Después de mucho tiempo, nos sigue contando Jesús, vino el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos, y el siervo que había recibido las cinco mil monedas, llegó con otras cinco mil; el siguiente llegó con otras dos mil que había ganado. El Señor felicitó a esos siervos y le dijo a cada uno: “Hiciste bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más”. Llegó el que recibió solo mil monedas y dijo: “Yo sabía que usted es un hombre duro, que cosecha donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido. Así que tuve miedo, y fui y escondí su dinero en la tierra. Mire, aquí tiene lo que es suyo. Pero el señor le contestó: ¡Siervo malo y perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido? Pues debías haber depositado mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo hubiera recibido con intereses”.
Viendo esta parábola, no desde la perspectiva del dinero sino de los talentos, hay mucho que debemos aprender. En primer lugar, el Señor es generoso y reparte sus bienes, pero lo hace como él quiere, pues es el dueño. Puedes observar que la distribución de los talentos no fue la misma para los tres hombres y podemos refutar y discutir sobre la inequidad, pero debo recordarte que él es amo. Piensa en esto si tienes la tentación de creer que Dios le ha dado a otras mujeres mucho más de lo que te ha dado a ti. Esa es una carrera que puede destruir tu gozo y tu fidelidad.
En segundo lugar, el amo vendrá a pedir cuentas por lo que ha repartido. Un día, el Señor nos llamará a cada una y nos preguntará: “¿qué hiciste con lo que te entregué?” ¿No te parece que perdemos la perspectiva de lo que Dios nos ha dado, por estar mirando lo que él les ha dado a otras? Lo trágico en todo esto es que podemos terminar haciendo lo que hizo el siervo malo y perezoso de la historia: enterrando y no desarrollando los dones de Dios. ¿Eres consciente de los talentos que él te entregó?
En tercer lugar, nota que este amo evalúa no la cantidad que gana cada uno, sino la fidelidad de sus siervos. Censura la pereza del siervo malo, pero alaba la fidelidad de los otros dos. El siervo malo y perezoso se dejó llevar por su miedo y enterró lo que recibió. ¡Cuántas de nosotras tenemos talentos enterrados por físico miedo!
Si no tienes claro cuáles son los talentos que te ha entregado Dios o estás aterrorizada por ejercitarlos, pídele al Señor que te haga una mujer fiel, que conoce, desarrolla y ejerce libremente sus dones para el cumplimiento de sus propósitos y la bendición de otros en esta tierra.