Miedo

Toda la Biblia en su conjunto es una declaración del amor inmenso, inmerecido y abundante de nuestro Dios. Además, nos revela el carácter del Dios todo poderoso, creador de todo, dueño de todo y en control de todo. Si así es, entonces ¿por qué tememos? ¿a qué tememos? ¿en quién confiamos?

El miedo es una sensación horrible y paralizante, y para el creyente es una evidencia de la urgencia de poner diariamente nuestros ojos en la Palabra, de la necesidad de predicarnos a nosotros mismos el evangelio y de la premura de recordar de qué tamaño es nuestro Dios. Pues Dios, en su inmenso amor, nos dejó en su palabra certezas que nos alientan a confiar en diferentes momentos que generan angustia.

Miedo a los nuevos desafíos:
El pueblo de Israel se enfrentaba al temor de perder a su líder Moisés. Ellos no habían tomado posesión de la tierra prometida y quien los había sumido en esta “aventura” de salir de Egipto, desfallecía y se debilitaba; pero el mismo Moisés inspirado por Dios los consoló así: Sean fuertes y valientes. No teman ni se asusten ante esas naciones, pues el Señor su Dios siempre los acompañará; nunca los dejará ni los abandonará” (Deuteronomio 31:6).

Miedo a lo que viene después de esta vida:
El testimonio de los apóstoles nos recuerda que Dios elige personas ordinarias como tú y como yo para entregarnos el extraordinario regalo de la salvación. Aun después de ser testigos de primera mano de los prodigios de Cristo, los discípulos estaban nerviosos sobre la muerte de Jesús y sobre lo que vendría para ellos después de esta vida. Pero Jesús mismo los consoló así: No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar.  Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy” (Juan 14: 1-4).

Miedo en medio de persecuciones, amenazas de muerte y peligro: 
El rey David estuvo huyendo de sus enemigos, ocultándose y clamando a Dios por ayuda en situaciones de mucha angustia. Una y otra vez en los salmos vemos que se afirmaba en Dios, y se aferraba a la certeza de su cuidado. Él podía decir: El Señor está conmigo, y no tengo miedo; ¿Qué me puede hacer un simple mortal?” (Salmo 118:6). Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta” (Salmo 23:4).

“Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4).

“Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza” (Salmo 55:3).

Por último, si ninguno de estos es tu caso, o si no encuentras consuelo en estas palabras y crees que esa situación que te llena de temores es más grande de lo que puedes manejar, medita en las palabras que Pablo escribe al pueblo de Filipos: No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4: 6-7).

Pidamos en oración que el Señor reemplace nuestros temores con más fe y confiadamente acerquémonos a dar gracias por todo lo que Él ha hecho,  hace y  hará por nosotros.

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