Mi hermano tiene una cicatriz en su frente, a causa de un accidente de cuando era muy pequeño. Por muchos años, en su adolescencia, pidió una y otra vez a mis padres una cirugía para borrar aquella marca, hasta cuando consiguió lo que quería y una vez tuvo la costosa cirugía, dejó a un lado los cuidados de su cicatriz y hoy, la misma sigue allí, en su frente, recordando el día de aquel estruendoso accidente con la vidriera del vecino. Él recuerda con muchos detalles ese día, pues a lo largo de toda su vida ha tenido que explicar a los nuevos conocidos qué fue lo que le ocurrió. El tener que contar una y otra vez le ayuda a no olvidar. Yo en cambio no recuerdo ningún día de cuando tenía tres años. Seguro que también tuve caídas y tengo mis propias cicatrices, pero están ocultas y ya no recuerdo cómo me hice aquella raspadura o esa pequeña cortada… pero para ser honesta, no es lo único que olvido.
Tal como leemos en Éxodo sobre el pueblo de Israel -aquel que fue rescatado de la esclavitud en Egipto, que comió maná del cielo y que cuando se cansó de su sabor rogó a Dios y recibió codornices, aquel que tuvo sed y tomó del agua que salía de la roca, aquel pueblo que tenía una nube que lo protegía en el día de los rayos del sol y una columna de fuego que iluminaba sus noches, ese mismo que una y otra vez le dijo a Dios ¿dónde estás? ¿por qué no me socorres? – así de olvidadiza, así soy yo.
Mis oraciones han estado atravesadas por reclamos a Dios ¿dónde estás? ¿por qué permites que me pase esto? ¿a dónde te has ido? ¿por qué no me ayudas con este problema? Y concluyo erróneamente que tengo que hacerlo todo yo sola, llevando mis cargas y resolviendo asuntos en mis propias fuerzas. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué después de ver tan claramente la gloria de Dios y su poder, los Israelitas renegaban y hasta desearon regresar a Egipto? ¿Por qué si he visto cómo su gracia y su amor me han sostenido, mi fe flaquea y yo lo olvido? ¿Por qué no le creo siempre a Dios?
Concluyo que eso habla de nuestra naturaleza de pecado. Dios nos conoce y tal vez por esta razón nos alienta a meditar en su palabra de día y de noche, a conocerla y a conocerlo a Él a través de ella. Él mismo le dijo a Josué, quien guio al pueblo de Israel tras la muerte de Moisés: “Medita día y noche el libro de esta ley teniéndolo siempre en tus labios; si obras en todo conforme a lo que se prescribe en él, prosperarás y tendrás éxito en todo cuanto emprendas” (Josué 1:8)
Somos olvidadizas y solo la oración constante, la lectura permanente, el meditar día y noche en la palabra, y el hablar a otros sobre las maravillas de Dios, nos ayuda a recordar constantemente lo que Dios ha obrado en su pueblo y en nuestra propia vida. ¿Recuerdan la historia de la cicatriz de mi hermano? Él la recuerda muy bien porque la ha repetido una y otra y otra vez; y porque la ve cada mañana al mirarse al espejo. Esto me ha alentado a pensar en esas marcas que puedo ver en mi vida, que están ahí a diario y que me recuerdan la grandeza de Dios. Para cada una son cosas diferentes, pero estoy segura de que, si miras a tu alrededor, hay muchas oraciones respondidas que te hablan de la gloria de Dios; esas son tus marcas personales que como cicatrices visibles te recuerdan tu propia historia de la mano de Dios.
Apasionada por compartir a Cristo.