Últimamente pienso mucho en lo que como, en lo que comen mis hijos, en cómo se nutre mi familia. Leo etiquetas, comparo contenidos y tablas nutricionales y busco recetas para preparar nuevos alimentos más saludables para mi esposo, para los niños y para mí.
Con la comida he tenido, por decir lo menos, una relación compleja. He pecado por exceso y por defecto; mantener un equilibrio me ha parecido una tarea titánica y abrumadora a veces; pero hoy por hoy reconozco la importancia de una alimentación balanceada, y me esfuerzo por buscar lo mejor para mi casa.
Pero si llegaste a este artículo esperando recibir consejo sobre cómo comer sin engordar o cómo mantenerte alejada de los dulces, quiero advertirte que no soy la persona que buscas. Yo quiero compartirte una reflexión que me ha rondado la cabeza desde que comencé con este proceso de comidas más nutritivas. Me pregunto: ¿Cuál es nuestra dieta devocional como familia? Muchos están de acuerdo en que somos lo que comemos. Pero también somos lo que decimos; y somos lo que pensamos, y pensamos de acuerdo con lo que creemos. Proverbios nos recuerda que de la abundancia del corazón habla la boca. Así que ¿qué tanta ración de la Palabra de Dios recibe mi familia y mi propio corazón cada día?
Recordemos Mateo 4:4, pasaje en el que el mismo Jesús señaló que “No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
A lo largo de los 66 libros contenidos en la Biblia, en repetidas ocasiones se hace referencia a lo provechosa que es la palabra. En el salmo 119 el salmista nos revela el contenido nutricional de la palabra de Dios. Él señala que es justa, es confiable, es verdadera, es fiel, es inmutable, es eterna, es luz, es un escudo, es más dulce que la miel y es pura.
Además de todo lo anterior, la palabra de Dios es suficiente para acompañarnos en el camino de nuestra vida. En 2 Timoteo 3:16 el apóstol Pablo nos afirma que toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra. Unos versos antes, Pablo también nos dice que ella nos hace sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
¿Qué más queremos? Tenemos frente a nosotros un superalimento que transforma vidas y corazones, una guía para cada situación y un regalo en el que podemos deleitarnos cada vez que queramos y sin restricción. Así que si sabemos que la palabra de Dios es suficiente y que no regresa vacía, sirvámosla a diario en la mesa, alimentémonos de ella y llenemos nuestra mente, nuestro corazón y nuestra boca con esta fuente inagotable de vida. ¿Cómo ha estado tu dieta devocional el día de hoy?
Apasionada por compartir a Cristo.